lunes, 7 de noviembre de 2011

Aprendé más de lo que enseñas

Desde que se levanta a eso de las 7.30 AM y hasta que se duerme a la noche es todo risa. La gente no para de decirme lo simpático que es. Quiqui es una de esas personitas especiales que no discrimina entre amigos, conocidos, familiares o gente cualquiera que pasa por la calle. Él le sonríe, saluda y hasta a veces habla a todo aquel que lo mire más o menos por unos segundos. Y es que, no es porque sea mi hijo, pero es la personificación de esa afirmación antropológica “El hombre es un ser social.” Joaco necesita a los otros como el aire. No concibe la vida sin exteriores. Piquetea puertas, se sube solito al carro de paseo, señala la salida y hasta golpea el marco de la puerta con la cadena pasante para “decirte” ¿Vamos? Este bonsai de hombre que crece a pasos agigantados al lado mío, el otro día me enseñó algo maravilloso: Si te comunicás de manera feliz con todo el mundo, no recibirás más que buena onda de la gente. O sea: lo bueno vuelve. Su comportamiento tan simple y tan espontáneo dice tanto. Es tan simple como lo leés. “Hacer el bien sin mirar a quién.” Ayer me enteré que Agus (hija de una amiga) también es muy feliz y lo comparte. Esto me llevó a imaginar que en el mundo están naciendo muchos Quiquis. Espero que muchas madres nos emocionemos y contagiemos de su positivismo. Me encantaría pensar que ellos van a ser la generación que protagonice de una verdadera revolución de la felicidad.