martes, 25 de enero de 2011

¡Un virus a la derecha por favor!


Madre argentina, así es de cruda la realidad: una vez que sos madre, perdiste el derecho de enfermarte. Y acá no valen los certificados, ni las líneas de fiebre, ni la baja presión ni ocho cuartos. ¿Te enfermaste? Te jodiste. El nene no sabe qué es la fiebre. Ni el revoltijo de panza. Ni la resaca. Ni el dolor de cabeza, ni de espalda, ni de muela, ni, ni, ni.
Entonces se te tira encima como siempre sin saber que si te sigue pateando lo podés vomitar, o que el ruidito de su móvil suena 15 veces más estridente en tu cabeza, o aún peor: que ese olorcito a queso rancio de su babero puede ser dinamita en una mañana de resaca.
A todo esto, sumale que si le seguís dando teta hasta el año, pase lo que te pase (léase: te cortés una pierna o te duelan los ovarios) sólo podés tomar paracetamol o ibupirac, y no más de 4 al día. Y que no te toque una racha de enfermedades en el jardincito, porque ahí el bebe funciona como la virgencita del tiempo, pero para las enfermedades. En la guarde hubo brote de anginas, vos caes con anginas. La otra semana cayeron 3 con gastroenteritis y preparate porque caen los dos. Y no hay arroz con queso que te salve!
Mi humilde consejo: ajo y agua. A joderse y aguantarse. La enfermedad es mental. Repetite 10 veces no me duele nada y se te va a pasar. Y sino, ya tenés una razón más para contestarle a todos esos que te hinchan con “¿Y para cuándo el hermanito?”

lunes, 17 de enero de 2011

Si pudiera elegir...


Hace unos días mientras lo miraba dormir, luego de una tarde sumamente estresante, en la que viró por varios estados de ánimo y yo, trantando de descifrar qué le pasaba al mejor estilo Dr. HOUSE (rengueando por lo mucho que pesa) llegué a la patética conclusión de que el 90% de las veces que me pregunto esto, termina siendo “hambre”.
La cosa es que verlo tan tranquilo, me llevó a un mini flashback de momentos jodidos que tuvo que padecer el pobre Joaco. Matarse de hambre por la poca leche que tenía, algún que otro cocazo –producto de mi torpeza-, bancarse un pañal cagadísimo porque no me di cuenta que estaba sucio, comer a los 5 meses con un agujerito de recién nacido en la mamadera, dormirse en el piso por fiebre y hasta ser cambiado en un baño para discapacitados, sobre la tapa del inodoro, con media cacha al aire, entre otras atrocidades de primeriza.
Reflexionando, divagué en cuestiones metafísicas y me terminé preguntando si Dios -o quien sea que manda a los niños a este mundo- les preguntará a los bebés ¿Qué padres preferirían tener? Joaco nos habrá elegido a pesar de ser un par de primerizos que lo más cerca que pasaron de un bebé, era un Yoli Bell. Aunque si las opciones eran:
a. Una joven parejita que ya va por el 5to. Saben desde cómo sacar el hipo impostando una cinta roja en la frente, hasta cómo lavarle la ropita para que no le piquen los mosquitos. Eso sí, para ellos tener un chico es como ir al super. Del 3ro no hay fotos del nacimiento y el 4to, se hace “donde está Joaco” él solito.

b. Otros un poco exagerados, que recién sacaron al primer bebé de la casa a los 8 meses, con doble muda, 32 grados a la sombra, protector 60, repelente, pasamontañas, botas y “por las dudas” el carrito con el tul puesto.

Entiendo que éramos el mal menor.
¿Vos qué pensás? ¿Se elegirán los padres? ¿Conviene nacer primero aunque sufras todas las inexperiencias? ¿O mejor ser el segundo aunque te tengan el tiempo tomado? ¿La posta es nacer 3ero o más, aunque nadie te vaya a dar bola y crezcas más solo que un cactus?

martes, 11 de enero de 2011

Volver al trabajo: 38 semanas de gestación. ¿12 de licencia?


Vaya a saber uno a qué cráneo gubernamental se le ocurrió la peregrina idea de que a toda madre trabajadora, le bastan 90 días de licencia para prepararse para parir, parir, atender 24 horas a la nueva vida y volver a trabajar como si nada hubiera pasado.
La realidad es completamente distinta. Los días antes morís de ansiedad, ya tenés el bolso listo desde los 7 meses y el día se te hace de chicle esperando que aunque sea cada tanto te una contracción para tener que mirar el reloj. El parto es maravilloso. Pero ya 2 horitas después, estás en el Puerperio. Y sí señora. No es un mito de mujeres sensibles y hombres machistas. La depresión post parto existe. Extrañás la panza, llorás por todo. Si nos pasa cada 28 días por cuestiones mucho menos importantes… ¿cómo no vamos a estar super sensibles por tener un hijo??? Finalmente, pasada la cuarentena, vas cayendo que se te pasó más de la mitad de la licencia. Y ves que tus días no tienen la cantidad de horas necesarias para sumar “trabajo” a tu agenda. Y entonces te empezás a preguntar ¿Qué saco? No me baño, duermo cuando el nene toma la teta y me saco leche cuando venga alguien a visitarme. A ver si así puedo dormir 3 o 4 horitas de corrido y trabajar… medio día (¿?) sin dormirme sobre el teclado.
Pero la hazaña no termina ahí. Ahora empieza la culpa. Que de las 7 horas que trabajás (porque te regalan una por lactancia –¡eso es comprensión!-) 6 y media te aturde repitiéndote que NO ESTÁS. Y aunque vos tengas la cabeza en casa, tenés que ponerte a laburar. Acordarte lo que hacías, cómo lo hacías y tratar de hacerlo más o menos igual. O pasado el año de lactancia te van a rajar -sino encontraste un suplente en tu lugar-. Entonces ya no lo pensás. Sabés fehacientemente que no te va a dar la vida para todo. Y ahí vuelve la culpa. Que te hace llamar cada 2 horas, comprarle ropita, llenarlo de peluches... Y con todo eso, te hacés acordar a tu mamá. ¡Uf! Entonces reflexionás: ya va a cumplir 15 y va a ser él el que se vaya, sin sentir ninguna culpa.